Mirando unas décadas al futuro es innegable que el futuro de la energía se encuentra en las renovables. El impacto medioambiental de los combustibles fósiles y la disminución de sus reservas hace necesaria la búsqueda de alternativas energéticas.
No obstante, el cambio al uso de energías renovables conlleva un complejo proceso de transición. Por el momento el uso de los combustibles fósiles es imprescindible para poder cubrir la elevada demanda energética. El sistema de infraestructuras capaz de hacer frente a las exigencias del mercado se ha construido entorno a ellos, y es ahí donde el gas natural debe entrar en juego.
La transición energética con la ayuda del gas natural
Si bien el gas natural no deja de ser un combustible fósil, sí que presenta algunas ventajas respecto al resto. Su tratamiento de quemado, necesario para convertirlo en energía, resulta más eficiente y respetuoso con el medio ambiente que el de otros combustibles. Además, es válido en cualquiera de los ámbitos de consumo y su correcta manipulación reduce al mínimo cualquier riesgo.
Estos tres puntos consolidan al gas natural como la fuente de energía clave para afrontar la transición energética. Sin embargo, no hay que olvidar que, al tratarse de un combustible fósil, sus reservas son limitadas, por lo que a largo plazo hay que tener en cuenta que conforme avancen las décadas se habrán de explorar otras alternativas.
Actualmente se valora el uso del hidrógeno como sustituto del gas natural. Por una parte, su rendimiento como combustible es muy efectivo y con él se podrían seguir utilizando las infraestructuras existentes. Pese a esto, su manipulación es aún muy peligrosa dada su inestabilidad, lo que conlleva graves riesgos de seguridad. Por esta razón su consumo ha de realizarse de forma instantánea, pues su almacenamiento, hoy en día, supondría un peligro.